No comas con la boca abierta, no pongas los codos sobre la mesa, no hables con la boca llena, no te metas el dedo en la nariz, no grites, no llores, no te enfades, no sufras… no, no, NO. Crecemos cargados de prohibiciones; prohibiciones que de no ser entendidas, y en algunos momentos transgredidas, acaban convirtiéndose en grilletes que no son otra cosa que miedos. La vida misma representa un riesgo y cuanto más deseemos vivirla de verdad, más riesgos tendremos que asumir. De los miles de riesgos que podemos experimentar a lo largo de nuestra existencia, el mayor de todos, sin lugar a dudas, es el de crecer. Pasar de la niñez a la adultez.
Cuando eliges vivir y desarrollarte, estás eligiendo cambiar, experimentar y equivocarte. Momentos de grandes alegrías y, con toda seguridad, momentos de grandes tristezas y frustraciones. La experiencia sólo se coge cuando asumes riesgos. El desarrollo, en cualquier dimensión, implica tanto la tristeza como la alegría. Pretender sólo caminar la senda de la "felicidad" te lleva a no saber asumir una frustración como algo tan lícito y digno como la realización. Si sólo queremos vivir los momentos buenos, podemos perdernos el goce de madurar y ser más plenos y sabios. Porque, digamos lo que digamos, siempre de lo malo se aprende.
Que cuando nos vayamos no digan otros: "Vivió sin pena ni gloria". La vida hay que vivirla embadurnándonos de experiencia: con pena y con gloria.
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