martes, 26 de enero de 2010

Lolita...

Era sábado, estaba solo en la oficina porque ya las labores habían terminado, yo me asomé para ver sin ver, no sé si a ti te pasa eso en ocasiones, pero a mi si, sin embargo en esa ocasión si vi y además observé, este edificoo está junto a un local del "Ejército de Salvación", y ahi estaba una niña de aproximadamente 11 o tal vez 12 años, con su cara vuelta hacia la pared haciendo movimientos extraños, caminaba de lado unos cuantos metros para después regresar al sitio donde había comenzado, pasaron.... tal vez 45 minutos, no lo sé, pero en esos casos es cuando uno reflexiona de tantas cosas de las cuales carecemos, no hablo de lo material, pero la más importante es que carecemos de un reconocimiento de lo que tenemos en lo físico, lo intelectual, lo básico en nuestros movimientos, en nuestras actitudes, en el poder razonar y sin embargo, no sabemos distinguir entre todo lo bueno que tenemos, simplemente lo damos por hecho, ya está ahi, caray!
Lolita está confinada en ella misma, tal vez sea eso lo mejor para ella, tal vez no sufre, ella solo espera estar viendo hacia la pared y dar unos cuantos pasos de lado y regresar donde comenzó, mientras otro niños juegan a su alrededor y un tipo la observa desde la ventana de su oficina, Lolita, gracias porque me das fuerza para seguir adelante.
(no sé si Lolita se llame así, pero si existe)

miércoles, 20 de enero de 2010

Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo (Para mayores de 30)

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Si, ya lo sé.
A nuestra generación siempre le costó, botar?
¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!
Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor.
Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.
Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.
Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon.
La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De 'por ahí' vengo yo.
Y no es que haya sido mejor..
Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.
Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado.
Así el coche que tienes esté en buen estado .
Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir.
Le dábamos crédito a todo. Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.
Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.
El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro.
Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.
Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.
¡Tooodo guardábamos!
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables.
Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar.
Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.
Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.
No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los periódicos!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.
¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornilla de la estufa desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal.
Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.
Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron:
'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de piñas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.
Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza.
Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.
¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!!
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.
No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, gel en el cabello y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.
Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

2010.

Es un buen momento para empezar, si, en este mismo mes incié una nueva etapa laboral
es increíble como la capacidad de asombro de alguien de repente se vea envuelta en una vorágine de sucesos que si no vamos frenando, pueden llevarse al traste cualquier proyecto, es curioso ver como alguien puede irse quedando a la orilla del camino solamente viendo, ni siquiera observando lo que pasa, simplemente dejando que las cosas pasen, por eso creo importante ser parte de que las cosas sucedan, o sea, ser partícipe, si dejas planes sin terminar, es debido a que no tenías el tiempo y el espacio que eso requería, pero eso no quiere decir que ya se olviden esos proyectos, por el contrario, si empiezas algo nuevo, es porque tienes lo anterior pendiente, y así, poco a poco vas ordenando todos los sucesos que de repente se dejan venir como de golpe, no permitas que te confunda la situación, toma el control de acuerdo a tu conocimiento, y en caso de que no cuentes con ese conocimiento, seguramente habrá alguien a quien acudir para que te brinde la guía para cruzar ese río, que te señale el camino correcto o al menos que te dé ese empujoncito que necesitas para arrancar y poder acelerar a fondo, y así, llegar a tu destino, a la meta que irás labrando y trabajando para lograr lo que tu mereces

martes, 19 de enero de 2010

Se trata de prolongarse

Nada ni nadie lo ha previsto. Y de repente, el azar hace que aquellas dos miradas se crucen. Un hálito de deseo enciende el instinto. Las neuronas se tensan, la respiración se comprime, la piel del alma se eriza.

Después, se inicia un baile de siete o cuarenta y siete velos, los que hagan falta. Dos mentes se van entrelazando, a veces con el fino hilo de la sinceridad, a veces desde la mentira untada de brea pegamentosa.

Luego, el compromiso, el contrato y, al poco, la rutina, ese espacio de horas descoloridas donde todo el aburrimiento emerge.

En una unión, sólo sirve, aguanta y sostiene lo que se complementa. El pez se complementa con el agua y se asfixia con el aire del pájaro; el pájaro se complementa con el aire, y no con la madriguera; el café se complementa con el azúcar, no con la sal.

El complemento no sustituye, altera ni anula; al contrario, prolonga y completa las piezas de nuestro yo para reforzarlo y, en el mejor de los casos, enriquecerlo.

Somos ejemplares únicos e irrepetibles, que sólo aceptamos e integramos los cambios que están latentes y a veces dormidos en nuestra intimidad más profunda. Buscamos prolongaciones, no mutaciones. Y sólo en la prolongación nuestro cerebro se extiende y encuentra su justo espacio, atmósfera y motivo.

Por eso las relaciones que restan, al final se dividen.

Por eso las que suman, siempre acaban multiplicando.

domingo, 17 de enero de 2010

El leòn temeroso (fabula)



No dejaba un Leòn de quejarse ante Prometeo.
-Tú me hiciste bien fuerte y hermoso,

dotado de mandíbulas con buenos colmillos

y poderosas garras en las patas,

y soy el más dominante de los animales.

Sin embargo, le tengo gran temor al gallo.

-¿Por qué me acusas tan a la ligera?

¿No estás satisfecho con todas las ventajas físicas que te he dado?

Lo que flaquea es tu espíritu -replicó Prometeo.

Siguió el león deplorando su situación,

juzgándose de pusilánime.

Decidió entonces poner fin a su vida.

Se encontraba en esta situación cuando llegó el elefante,

se saludaron y comenzaron a charlar.

Observó el león que el elefante movía constantemente las orejas,

por lo que le preguntó la causa.

-¿Ves ese minúsculo insecto que zumba a mi alrededor?

-respondió el elefante-,

pues si logra ingresar dentro de mi oído, estoy perdido.

Entonces se dijo el león:

"¿No sería insensato dejarme morir,

siendo yo mucho más fuerte y poderoso que el elefante,

así como mucho más fuerte y poderoso es el gallo que el mosquito?"

Que las pequeñas molestias no te hagan olvidar tus grandezas.



lunes, 11 de enero de 2010

***** Si El Presente Fuera El Pasado *****









Si el presente fuera el pasado,
tantas piedras esquivaría y tropezaría
con las que en mi soberbia
no alcance a reparar.
Si el presente fuera el pasado,
sería más útil y menos dejado,
escucharía los consejos del sabio,
aunque reiría de los errores procurados.

Si el presente fuera el pasado,
principios serían sinceridad y paciencia
mas no cabría tanto capricho y vanidad,
leyes solo de la adolescencia.

Si el presente fuera el pasado,
pondría muchos te quiero en los labios,
que guarde, en un corazón avergonzado.

Si el presente fuera el pasado,
salvaría a todos mis muertos,
por el egoísmo, de solo tenerlos
un rato mas largo.

Si el presente fuera el pasado,
pediría a los ricos la formula del éxito;
y le regalaría a los humildes,
la fuente de la ambición.
Para ver cuantos dejan
la convicción, por la tentación.

Si el presente fuera el pasado,
volvería a sentir la pasión del amor;
pero esta vez recordaría vivirlo con más exceso
y sin tantos cuestionamientos.

Si el presente fuera el pasado,
volvería a perder la cordura,
para recobrarla en algún puente,
al borde de la desaparición.

Si el presente fuera el pasado,
no podría ser quien soy
más bien ,sería siempre lo que fui;
viviría en un tramo sin avance,
en el medio de la desilusión,
por lo que pude ser
no ya por lo que fui.

Si el presente es presente,
es porque hubo algo,
que permitió llegar
a lo que soy HOY..."
Un abrazo a la distancia
CAZADORA


sábado, 9 de enero de 2010

Dos ideas anticrisis

Todo lo llevamos metido y puesto en la cabeza. Las alegrías y las esperanzas, los disgustos y las incomprensiones, el amor, la amistad, el miedo, la razón y la emoción. Nuestro cerebro nos conduce, nos gana y nos pierde. Somos mentes inteligentes prolongadas en biologías mecánicas.

Ahora, y una vez más sin nosotros haber hecho nada para provocarlo, en nuestras cabezas se ha introducido un peso nuevo, lastrante y corrosivo, incontrolable y degradante: la crisis. Y el gran peligro de toda crisis, más que sus consecuencias visibles y palpables, es cómo se instala, nos orada y oxida. Si no nos autoeducamos para superar tanto ruido, unas veces ambiental y otras real, nuestro cerebro hoy pesará peor que ayer pero menos que mañana.

Mientras que los que nos empujaron al pozo no nos lancen la cuerda que nos ayude a salir, sólo nos queda una cosa: tratar de hacer más llevaderos los días.

"Hacer llevadero" es una expresión pócima contra el sobrepeso cerebral: acepta que soportarlo es inevitable pero marca la actitud de aligerarlo. Y como todo está en la cabeza, cuando se aligera la tensión empieza a asomarse la distensión.

Modestamente, quisiera sugerir a todos los medios de comunicación que potencien dos temas: el humor y la propagación de noticias humanamente positivas, que de haberlas haylas y muchas. Soy más que consciente que en momentos tan pesados suenan a ligereza. Por eso.

jueves, 7 de enero de 2010

EL CUENTO DE UN ASTRONAUTA MEXICANO.

O de cómo los políticos venden como un éxito lo que en realidad es un símbolo de su fracaso

Cuentan que en el año 2000, cuando el actual alcalde de Los Ángeles, Antonio Villarraigosa era un político en ascenso y Presidente de la Asamblea de California, fue invitado a cenar a casa del empresario mexicano Carlos Slim, se le pidió, como mexicano-estadounidense, que explicara en pocas palabras, la diferencia que había entre México y Estados Unidos.
Esto fue lo que contestó Villarraigosa: "Mire usted, es muy simple, si mi familia se hubiera quedado a vivir en México, el día de hoy yo estaría sirviendo esta cena."
Quizá hubiera sido el caso del astronauta José Hernández Moreno, quien nació el 7 de agosto de 1962 en French Camp, California.
Es estadounidense.
Sus padres originarios de un ranchito llamado Ticuitaco, cerca de La Piedad, Michoacán, México, migraron a Estados Unidos, como ilegales, para emplearse en la recolección del tomate y el pepino.
El propio José Hernández trabajaba todos los veranos en el campo.
Él mismo recuerda como estaba limpiando con azadón una fila de remolacha azucarera, cuando escuchó en un radio de transistores la noticia de que Franklin Chang Díaz había sido seleccionado como astronauta y cómo esa noticia lo motivó y ese día dijo: "Yo quiero viajar al espacio."
José Hernández lo logró.
Estudió ingeniería, alcanzó el grado de doctor, ingresó a la NASA, se preparó y por fin el 29 de agosto de 2009 despegó como parte de la tripulación del transbordador espacial Discovery, en una misión en la Estación Espacial Internacional.
Pero, ¿qué hubiera sido de José Hernández si su familia se hubiera quedado en México?
Es claro que no habría alcanzado su sueño de volar al espacio.
Tardaremos muchos lustros, antes de que México logre concretar su primera misión espacial.
Apenas hoy se discute en el Congreso mexicano la posibilidad de crear una Agencia Espacial Mexicana.
Pero más que eso, los futuros posibles de José Hernández si se hubiera quedado en México están en la experiencia y en la estadística.
Como tantos mexicanos pobres, campesinos, de Michoacán y de otros estados del país, le hubieran quedado pocas opciones y futuros muy limitados.
Difícilmente hubiera pasado de la primaria.
Estadísticamente hubiera abandonado los estudios con la secundaria inconclusa y por supuesto su educación hubiera sido de muy mala calidad.
Quizá se hubiera quedado a sembrar su tierra, lo que le hubiera garantizado un futuro de miseria, con ingresos inferiores a los dos dólares al día.
Lo más probable es que, inquieto, hubiera emigrado a la ciudad.
En ese escenario estadísticamente las mayores oportunidades a las que aspiraba José Hernández con la secundaria inconclusa, si es que conseguía trabajo, eran las de terminar con algún trabajo precario, como jardinero, mesero, quizá como obrero en una maquiladora, como trabajador de la construcción o quizá conduciendo un autobus.
Pero la familia de José Hernández no se quedó, emigró como tantas otras y le dio a su hijo la posibilidad de alcanzar un futuro totalmente distinto.
El contraste de ingresos y de oportunidades entre México y Estados Unidos es tan grande, que por eso México sigue y seguirá siendo por muchos años un país expulsor.
Un país del que se han ido ya millonesde personas.
Para darnos una idea, según cifras oficiales, consideradas muy conservadoras por algunos expertos, hoy radican en Estados Unidos cerca de 12 millones de personas nacidas en México. Esto es, algo así como el 10% de la población total de México.
En 2007 migraron a Estados Unidos 478.000 personal.
En 2008 migraron 450.000 y aunque las autoridades mexicanas esperan que la cifra sea un poco menor en 2009 como consecuencia de la crisis económica en Estados Unidos, la migración es un proceso constante.
El espléndido documental de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman "Los que se quedan", nos regala un gran fresco de esta realidad.
El drama de los mexicanos que se quedan en las comunidades expulsoras de migrantes.
Los contrastes de ingresos, las diferencias, la soledad, la incertidumbre, la miseria, pero sobre todo la falta de oportunidades.
Es con esta realidad de fondo y en esta condición, en la que entra el absurdo, la contradicción y la vergüenza.
Es aquí donde aparece la incongruencia que enoja, que debe enojar, cuando el gobierno y los políticos mexicanos tratan de convertir a la historia de José Hernández en un cuento de orgullo nacional.
Es aquí donde aparece el cuento del astronauta mexicano.
Donde nos inventan la historia de superación personal de un mexicano, como si fuera de verdad un logro nacional.
En cuanto apareció en el radar la historia del astronauta José Hernández, de inmediato se activaron todas las maquinarias de la propaganda y el marketing gubernamentales.
En el cuartel de todos los partidos políticos, del Congreso de la Unión y del Ejecutivo Federal se movilizaron de inmediato las agendas y los medios para tratar de capitalizar al máximo al supuesto astronauta mexicano.
El objetivo: convertir a José Hernández en orgullo nacional.
Es obvio, ante la falta de triunfos reales, cualquier gol de la selección nacional, cualquier medalla, cualquier premio de literatura es bueno para tratar de levantar un poco el ánimo y la moral nacional caídas en un país en crisis, complicado y muy emproblemado.
El presidente personalmente paseó a José Hernández por el país.
Inmediatamente todos los medios se ocuparon del tema.
José Hernández se convirtió en súper estrella, entrevistas en los medios.
Toda una gira de Estado.
Visita al Congreso.
Homenajes.
Los políticos querían retratarse con él.
Regalos, las llaves de la ciudad, plaza con su nombre y sobre todo discursos, muchos discursos. Discursos que hablaban una y otra vez del orgullo nacional, de la superación personal y de la capacidad de los mexicanos.
Pero la realidad es otra muy distinta.
Aunque nos duela, José Hernández no es un orgullo nacional.
Su historia de éxito no es nuestra historia de éxito y menos una historia de la que pueda sentirse orgulloso nuestro gobierno o nuestra clase política.
No es un problema de nacionalidades.
José Hernández es estadounidenses y tiene raíces mexicanas, tiene acceso a la nacionalidad mexicana, por derecho de sangre, y él mismo se identifica mucho con nuestra cultura.
Pero ese no es el debate.
José Hernández puede ser mexicano, pero la historia del astronauta José Hernández es totalmente estadounidense.
El logro de llevar a un jornalero agrícola pobre al espacio, es una historia de movilidad social en los Estados Unidos.
El mérito es de otro sistema. José Hernández se hizo en otro país, con otras políticas públicas, con otro gobierno y con otras leyes.
La verdadera imagen de José Hernández es la fotografía de un hombre con una bandera con estrellas y barras en el hombro.
Su bandera como astronauta.
La bandera de su logro.
En todas las imágenes vimos a un miembro de la fuerza aérea estadounidense, enfundado en su uniforme azul, portando con orgullo la bandera del país que le dio la oportunidad de tener la educación de calidad, la salud, las condiciones y el ambiente de libertad necesarios, para alcanzar sus metas.
Inventar el cuento del astronauta mexicano por parte del gobierno, es como robar un pedacito de gloria.
Mendigar triunfos ajenos.
Usurpar éxitos imposibles, en un país que no atina el rumbo para convertirse en serio en un México ganador.
El Presidente de México Felipe Calderón dijo en uno de los homenajes: "la brillante historia de vida de José Hernández es y debe ser un ejemplo para los mexicanos."
¿Lo dice en serio?
¿Cuál es el ejemplo Señor Presidente?
¿Irse?
¿Nacer en Estados Unidos?
¿Migrar?
¿Qué las familias mexicanas migren a tiempo?
¿Hacerse norteamericano?
¿Buscar allá las oportunidades que no se tienen aquí?
La historia de éxito de personal de José Hernández, es al mismo tiempo la historia del fracaso de la política económica, de la política social y de la política exterior del gobierno mexicano.
Es la historia del fracaso de éste y de varios gobiernos mexicanos.
Su historia debería darle vergüenza a una clase política incapaz de ponerse de acuerdo y de generar un proyecto de nación para los millones de José Hernández que están repartidos por todo el país, y que no quieren ser astronautas, millones de mexicanos a quienes sólo les bastaría con poder comer, con tener un mínimo de salud, un piso que no sea de tierra o saber leer y escribir.
José Hernández es la historia moderna de Benito Juárez.
Uno llega a la presidencia, el otro llega al espacio.
Ambas son historias de éxito.
Historias de superación personal.
Iconos.
Ejemplos.
Pedagogía pura.
Historia de bronce.
Los dos comparten esa historia de movilidad social, que tanto nos gusta a los seres humanos.
Es el cuento de la cenicienta.
Es la pobreza superada, es la miseria transitada.
Es el éxito a pesar de la adversidad.
Pero la de Juárez es una historia mexicana del siglo XIX.
La de José Hernández es una historia norteamericana del siglo XXI.
José Hernández dijo en una entrevista: "Lo que me sorprendió mucho es cuando vi al mundo como uno: no había fronteras, no se podía distinguir entre Estados Unidos y México", pero lo cierto es que sí existen las fronteras.
Su familia cruzó una de ellas de manera ilegal.
Lo cierto es que sí existen las banderas y las diferencias.
Sí existe una frontera que hace a dos países muy distintos.
La lección es muy clara:
si José Hernández se hubiera quedado en México, quizá hoy estaría sirviendo la cena.

lunes, 4 de enero de 2010

La vida es un pañuelo

Hay tres tipos de pasados: los que nos reconfortan, los pendientes de resolver y los para olvidar.

El futuro siempre desfallece cuando no sabemos olvidar pasados que una vez nos perjudicaron, pero que precisamente por el paso del tiempo hoy son irrepetibles.

La esencia del olvido que fortalece estriba en asumir en toda su plenitud que "los malos fueron" sencillamente se fueron. Y mientras los seguimos reteniendo, un mal pasado que se fue nos lastra un brillante futuro por venir.

De vez en cuando hay que desplegar ese pañuelo personal en el que vamos acumulando sudores, lágrimas, resfriados y congestiones de vida. Mientras no lo hacemos, lo vamos ensuciando con lo menos deseable de nuestra existencia, y nos lo guardamos en el bolso o el bolsillo. Retenemos lo ingrato, lo que con toda seguridad desearíamos que no hubiese sucedido, lo que queremos ignorar. Pero nos lo guardamos y lo vamos llevando encima, cada vez más sucio, más contaminado. Nudos retorcidos que generan nuevos nudos.

La vida nace cada amanecer. Y hasta que la noche nos echa el telón, es un permanente carrusel de sainetes, vodeviles, dramas, juicios bufos, descalabros y aleluyas. De nada sirve retener y guardarse lo mal acontecido. La grandeza de la subsistencia es que cada hora de posible buen futuro anula años de seguros negros pasados.

Los pañuelos sucios no conducen a nada. De vez en cuando, hay que llevar la vida a la lavandería.