Hay tres tipos de pasados: los que nos reconfortan, los pendientes de resolver y los para olvidar.
El futuro siempre desfallece cuando no sabemos olvidar pasados que una vez nos perjudicaron, pero que precisamente por el paso del tiempo hoy son irrepetibles.
La esencia del olvido que fortalece estriba en asumir en toda su plenitud que "los malos fueron" sencillamente se fueron. Y mientras los seguimos reteniendo, un mal pasado que se fue nos lastra un brillante futuro por venir.
De vez en cuando hay que desplegar ese pañuelo personal en el que vamos acumulando sudores, lágrimas, resfriados y congestiones de vida. Mientras no lo hacemos, lo vamos ensuciando con lo menos deseable de nuestra existencia, y nos lo guardamos en el bolso o el bolsillo. Retenemos lo ingrato, lo que con toda seguridad desearíamos que no hubiese sucedido, lo que queremos ignorar. Pero nos lo guardamos y lo vamos llevando encima, cada vez más sucio, más contaminado. Nudos retorcidos que generan nuevos nudos.
La vida nace cada amanecer. Y hasta que la noche nos echa el telón, es un permanente carrusel de sainetes, vodeviles, dramas, juicios bufos, descalabros y aleluyas. De nada sirve retener y guardarse lo mal acontecido. La grandeza de la subsistencia es que cada hora de posible buen futuro anula años de seguros negros pasados.
Los pañuelos sucios no conducen a nada. De vez en cuando, hay que llevar la vida a la lavandería.
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