No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida", se lo decía un hombre a una mujer en la mesa de al lado del bar en el que me tomaba un café, mientras leía el diario de la mañana. Y pensé: "Fíjate, ¡qué solvente, cuánta seguridad, qué perfección! He aquí un espécimen digno de ser reverenciado".
¿Cómo puede existir alguien que nunca en su vida se haya arrepentido de nada? Porque yo, mortal de a pie, a lo largo de la mía me he arrepentido y me sigo arrepintiendo de tantas y tantas cosas que he dejado de hacer o que he hecho y, gracias a arrepentirme, he corregido y sigo corrigiendo las directrices que me llevan a caminar por la vida.
Parece ser que esto de arrepentirse es sinónimo de debilidad en muchos. Si no te arrepientes de nada, obviamente tienes licencia para todo, porque en esa frase no cabe la posibilidad de pedir perdón, es decir tú puedes pisotear, insultar, hacer daño, mentir, menospreciar, ilusionar, falsificar o engañar sin que tu conciencia, esa voz interior que te modula y corrige, te haga reflexionar.
¡Qué pena! Hoy, esta frase se ha hecho popular en todos los estamentos, sobre todo en el político. Nadie da su brazo a torcer. "No me arrepiento, luego existo" y sálvese quien pueda, que yo sigo. Qué bonito sería que de boca de uno de esos que cada día generan noticias se oyera un "podía haberlo hecho mejor, pero me equivoqué". Pero eso sólo existe en el país del Nunca Jamás. ¡Qué pena!
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