Las personas, grupos y naciones que se encierran en sí mismos, demasiadas veces con la esquizofrénica convicción de una supuesta superioridad, acaban convirtiendo su fatuo orgullo en el inexorable y comprobado principio de su autodestrucción.
Cada vez que nos abrimos ampliamos nuestro existir.
Al hacerlo, agitamos y multiplicamos nuestro espacio cerebral y nuestra facultad de captar nuevos criterios, prácticas y saberes. Para coincidir o rechazar, pero siempre desde la apertura con criterio propio y sin temor ajeno; ejerciendo la auténtica libertad, esa que empieza y acaba en nosotros mismos, sin griteríos, pancartas ni subarrendando nuestras neuronas a iluminados de turno.
En contra de los pesimistas compulsivos y las críticas que me van a llover, creo firmemente en esa juventud hoy silenciosa que un día nos sustituirá. En la larga historia de la humanidad jamás existió tanto conocimiento acumulado, tecnología disponible, injusticia divulgada y, a pesar de tanto fascista con porra de mando, jamás existieron tantas democracias avalando tantos millones de libertades individuales. Ese cóctel es rotundamente nuevo, concreto y prometedor.
Por eso creo que frente a visiones cerradas que sólo buscan perpetuar sus propias limitaciones, en muchas partes del mundo hoy se está larvando en silencio la que un día va a ser, intelectualmente, la primera raza universal.
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