El despliegue periodístico de los últimos días que celebra la caída de aquella monumental vergüenza erguida durante 28 años, en la cual participaron muchos cerebros podridos, y en el que ahora aparecen retratados en los diarios personajes en su momento decisivos para su derrumbe, me lleva a pensar en los que aún se yerguen como monolitos desvergonzados por el mundo.
Hoy, en esta era donde el saber rasga el firmamento, y la tecnología y el humanismo se desbordan en búsquedas y novedades, proliferan por el mundo otro tipo de muros, más duros de derribar que el cemento y el hierro que dividieron a los alemanes.
Uno, el que desgraciadamente todavía separa y diferencia a las mujeres de los hombres, colocándolas en el lado de la indignidad humana. Quizá el algodón del que está fabricado haya hecho que aquel muro parezca algo delicado y "femenino". Incluso algunos imbéciles, en aras de facilona notoriedad, se han atrevido a hacerlos desfilar en pasarelas internacionales.
Que en algunos países las mujeres sigan escondiendo su condición de ser, para convertirse en meras sombras detrás de burkas y velos, muros finamente bordados, es algo inadmisible.
¿Dónde está la mano que rompa y rasgue, y tenga el eco a nivel mundial para que se derrumben las degradantes y asquerosas pseudodiferencias que llevan a vivir a estas mujeres aisladas de la vida?
¿Hasta cuándo ese tipo de injusticias continuarán levantadas?
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