Por mucho que algunos crean que se han hecho a sí mismos, siempre somos parte de nuestro origen, aquello que a veces no se recuerda pero que jamás se olvida. Y cuando llega el día de la soledad y el vacío, cuando a nuestras preguntas se les atrofiaron las respuestas, nos están esperando nuestras raíces, aquellas tan lejanas y a veces aparentemente olvidadas, para influir en nuestras actitudes y dejar marcadas en otros las huellas de identidad más profundas de nuestro ser. Se puede ignorar el camino, pero siempre queda la huella.
Por eso, cada día es necesario recordar, aunque sólo sea durante unos segundos, que el amor genera amor y que el odio multiplica el odio. Que ambos se reproducen a sí mismos, porque son las expresiones extremas de nuestras huellas de identidad más determinantes: nuestros sentimientos.
Todas las personas, poderes, ideologías y creencias que potencian el castigo son la carroña del humanismo. Para crecer y multiplicar en paz no se conoce mejor abono que el premio que parte del amor.
El amor necesita tiempo, cuidado, seguimiento, y en lo posible, proximidad, mientras el castigo es expeditivo y quien lo impone siempre trata de alejarse de quien lo sufre.
A pesar de que a veces los acontecimientos nos lleven a olvidar el origen de nuestra vida, siempre nos queda volver a su esencia. Aunque amor y odio parezcan ir de la mano, entre ellos siempre está el corazón. Tú decides.
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