Un minuto puede ser un soplo de nadas o un ciclón de todos. Lo que conocemos como "nuestra edad" es el resumen de aquello que vamos depositando sobre nuestro tiempo vital, ese que iniciamos con un grito y se nos va con un silencio.
Hoy, el tiempo que nos toca vivir, poco o nada tiene que ver con el de otras épocas, porque está marcado por un hecho definitivamente nuevo: la velocidad de nuestro tiempo.
En este 2010, confundimos la urgencia con la vida. Para permanecer e incluso ser, otros decidieron que había que correr empleando el código "tiempo veloz". Nos trataron de moldear entre flashes de modas efímeras, hormigones de hipotecas y estímulos de imitaciones sin raíces ni ambiciones. Y sin tomar conciencia, nos subieron a una plataforma de histerias, con taxímetros de tarifas desquiciadas, para tratar de llegar antes a la nada.
Después de tanto vivir, uno descubre que tras esas esquinas, jaleadas de ida estúpida, existe otro tiempo; otra forma de entender la vida. Es el tiempo tranquilo, el del silencio, que valora el ser por encima del tener. Aquel que no acepta peajes por ostentaciones estrelladas en miserias vacías. Aquel que sabe encontrar el perfecto e indiscutible punto personal. Ese punto íntimo y placentero entre el coste de la decencia y el alquitranado rasante déficit de la indecencia.
Definitivamente, la vida es una cuestión de velocidad.
Hoy, el tiempo que nos toca vivir, poco o nada tiene que ver con el de otras épocas, porque está marcado por un hecho definitivamente nuevo: la velocidad de nuestro tiempo.
En este 2010, confundimos la urgencia con la vida. Para permanecer e incluso ser, otros decidieron que había que correr empleando el código "tiempo veloz". Nos trataron de moldear entre flashes de modas efímeras, hormigones de hipotecas y estímulos de imitaciones sin raíces ni ambiciones. Y sin tomar conciencia, nos subieron a una plataforma de histerias, con taxímetros de tarifas desquiciadas, para tratar de llegar antes a la nada.
Después de tanto vivir, uno descubre que tras esas esquinas, jaleadas de ida estúpida, existe otro tiempo; otra forma de entender la vida. Es el tiempo tranquilo, el del silencio, que valora el ser por encima del tener. Aquel que no acepta peajes por ostentaciones estrelladas en miserias vacías. Aquel que sabe encontrar el perfecto e indiscutible punto personal. Ese punto íntimo y placentero entre el coste de la decencia y el alquitranado rasante déficit de la indecencia.
Definitivamente, la vida es una cuestión de velocidad.
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