La razón nos cubre; el sentimiento nos desnuda. Desnudos nacimos y desnudos nos iremos. La vida es un soplo de energía entre dos nadas que vamos cubriendo de modernidades, conveniencias, temores, ambiciones, pasiones y aburrimientos; todo aquello que convertimos en nuestras razones de vida. Razones que demasiadas veces, con el paso de los años, entendemos ingenuas y desrazonadas, ansias puntuales de nadas efímeros que van ocultando nuestras más profundas realidades. Tememos andar desnudos.
La plenitud es no cubrirse de nada. Vida en pelotas, cuando la piel expira piel y la neurona expande neurona. Cuando despierta el sentimiento y la razón duerme la siesta.
¿Reírse de los sentimientos? Nada más sinsentido, porque cuando lo hacemos despreciamos nuestro origen. Porque somos el más grandioso resultado del sentimiento entre una mujer y un hombre, la germinación de su continuidad, la extensión de sus vidas.
Hoy, el alud del materialismo tiende a despreciar e incluso ridiculizar los sentimientos. Y mientras consumimos la vida a bocanadas de nadas, olvidamos que lo más trascendente siempre se inicia desde el sentimiento: la pasión y el repudio, la emoción y la desidia, el amor y el desprecio.
Es muy sencillo: se trata de decidir qué valoramos más, si lo añadido que nos cubre o si nuestra propia piel. Es la diferencia entre el tener y el ser.
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