martes, 7 de julio de 2009

El dia del huracán

El día que llega la gran ventolera hay que tratar de no volar. Cuando todo se agita hay que pisar tierra firme, atrancar puertas y ventanas y esperar que pase la mala corriente.

Pero el viento más devastador no se configura en los cielos. Toma forma, se dispara e incluso arrasa desde la cumbre de nuestro ser: en el propio cerebro.

Todos, en algún momento, somos provocadores o víctimas de huracanes. Circunstancias que creemos ultrajantes, inadmisibles o inexplicables arremolinan nuestra paz y nos impulsan a romper equilibrios, rasgar opiniones y defecarnos sobre todo lo vivido, construido y amado.

El huracán personal, como arrebato de ira y contundencia que es, siempre gravita sobre una excesiva adrenalina de tensión, esa gran polvareda que ciega la visión y anula la dimensión.

Cuando sucede (siempre llega el día en que sucede) es absurdo, en plena ventolera, tomar decisión de nuevos vuelos, porque la ira paraliza el entendimiento y corroe el amor.

Por eso es tan importante blindar el cerebro y esperar el fin del huracán sufrido o provocado. Permitir que la noche, que es el telón de los días, se haya levantado y redescubrir la luz de nuestro más luminoso y sereno clima personal. Y entonces decidir. Mirándose a los ojos. Sin rencores que lastren, ni odios que cieguen. De clima a clima. Cargados ambos de la energía más eficaz: la de la razón sin ira.

1 comentario:

Beto dijo...

Definitivamente cuando este tipo de fenómeno natural, en casi todas las ocaciones no da tiempo de salvaguardar nada, es por eso que causa estragos devastadores y sin reparaciones.
Es mejor estar guarecido en los recovecos del buen entendimiento y la comunicación eficaz.