lunes, 13 de julio de 2009

UN CUENTO SIN NOMBRE O LA ILUSIÓN ESTÁ EN UN CRUCERO

Nací en el seno de una familia de la clase media: medio comíamos, medio vestíamos, medio limpiábamos, es decir, todo lo hacíamos a medias. Mis padres nos medio querían; soy el cuarto de cinco hermanos, crecí en esta enorme ciudad, donde habitan millones de personas, pero mi mundo siempre ha girado en torno a mi pequeña comunidad, algo alejada del centro de la ciudad, estoy en los suburbios, donde impera la miseria, donde la ley del más fuerte es la que manda y opera; nuestra realidad no es de sueños de grandeza, ni de altas fortunas, aquí he visto como la gente delinque con tal de alcanzar algo de “prestigio”, hasta convertirse, muchas veces, en carne de presidio. Pertenezco a esa clase de relegados, definitivamente a la sociedad segregada de esta enorme metrópolis, aquellos a quienes los demás no quieren ver para nada en medio de su entorno, porque somos los que nos dedicamos a limpiar parabrisas, a dar espectáculos de payasitos mal maquillados, pedir limosna a los automovilistas, vender chicles y si alguien se descuida, pues tranzarle lo que se pueda.

Resulta que en un crucero de esos, la conocí, apenas la vi unos instantes la primera vez, pero supuse que seguiría pasando por ahí, era una niña tan linda, yo tenía mi muestrario de dulces, ella le dijo a su chofer que quería unas gomitas de fresa, me las compraron y cuando me sonrió, quedé maravillado, su pelo era negro, largo, sedoso; sus ojos negros me miraron llenos de ternura, y su sonrisa, ¡Ah!… era divina. Fue sólo un instante, pero me bastó para sentir algo que nunca antes había sentido.
El verde de la luz del semáforo me sacó del momentáneo ensueño y el auto siguió su marcha, al unísono con todos los que estaban esperando la esmeralda señal. Aquel día pasó como tantos otros; no sé si ya antes ella había pasado por ahí, lo que era cierto es que un revoloteo de mariposas se había instalado en mi estómago y me preguntaba a qué se debía ese raro cosquilleo en mi corazón. Me fui a casa al atardecer, no sin antes pasar a surtir los dulces, sólo que en esta ocasión me cercioré de comprar una buena cantidad de gomitas de fresa. Ya por la noche preparé las bolsitas con las golosinas, pero una de esas bolsitas era especial, sabía que al día siguiente, la hermosa niña pasaría de nueva cuenta. Preparé mi mejor pantalón, mi camiseta menos rota, y les medio saqué brillo a mis zapatos.
Era viernes, sin embargo era un día distinto, pues me percaté de algo: no quería escuchar la forma en que se expresaban mis “compañeros de trabajo”, o sea, los vendedores de periódicos, los limosneros, las vendedoras de gorditas de mantequilla, los chicleros… El asunto es que no me gustaba como platicaban, las bromas groseras, los gritos, los insultos, ese lenguaje que inclusive yo también usaba cuando estábamos bromeando, o cuando simplemente platicábamos; todo eso de repente no me latió, y no sabía por qué. Pasaron los minutos, las horas y yo cada vez me sentía más incómodo, no quería estar ahí, pero la necesidad me obligaba, lo mismo que aquella extraña ansiedad, sin embargo, sentía algo bonito, era que tenía la esperanza de volverla a ver, tan solo un instante, como ayer, y de pronto, al sonido de un claxon, todos volteamos a la vez, ya que eso significaba una venta para cualquiera de nosotros, pero el chofer me señaló a mi; de inmediato fui y le pregunté con una nerviosa voz, ¿sus gomitas de fresa?, y volví a mirar hacia el asiento trasero donde estaba ella, con una sonrisa amplia, y escuché, en medio de tanto ruido, sólo su linda voz diciendo “te acordaste”, y le contesté, si mi niña, y la bolsita es algo más grande y por el mismo precio… El chofer hizo una mueca de desagrado, pero no pudo evitar que ella dijera… “muchas gracias joven”. Mi mirada cambió, se contagió de ella y al partir en esa ocasión, me di cuenta que yo debía cambiar, sí cambiar en todos los aspectos. Aquella noche hablé con mis padres, con mis hermanos mayores, que ya tenían un trabajo estable, les pedí la ayuda necesaria para seguir estudiando, les dije que mis calificaciones mejorarían, que me apoyaran para terminar mi secundaria, la prepa y por qué no, una carrera, les dije que ya no quería seguir sólo en el crucero, que necesitaba superarme y lógico, dos de ellos se burlaron, pero mi mamá y mi hermano mayor me dijeron que sí, que ellos estarían conmigo. Faltaban algunos meses para que reiniciaran las clases, durante todo ese tiempo, yo seguí vendiendo gomitas de fresa a mi sonriente niña, y mi esperanza creció, pensé que por fin había una razón para querer cambiar mi mundo; mi vida ya tenía sentido, ya no era solamente sobrevivir.
Transcurrieron felices los días, hasta que una mañana el auto negro no apareció, al día siguiente tampoco y así pasaron dos, tres semanas y nada. Mientras, me puse a estudiar para aprobar el examen de la secundaria y para sorpresa de muchos, así fue. Los cuates del crucero se burlaban de mi enamoramiento y yo comencé a descuidar el negocio. La extrañaba tanto… ya casi iba a iniciar la escuela, iría por la tarde, ya que la venta era mejor por la mañana, pero ella no aparecía y mi vida estaba en un nostálgico suspenso, me hacía falta su mirada, su risa, su voz, caray, que mal me sentía;
enfermé y falté dos días; al tercero me dijeron los cuates: “hey, antier y ayer pasó, y nadie le pudo vender, tú eres el único que vende esas pinches gomitas de niña fresa”. La vida se me iluminó, la volvería a ver. A las pocas horas sonó el ya familiar claxon del auto que yo ya lo había visto desde antes; me acerqué tan rápido como pude; ahí estaba, no pude dejar de decirle que “las gomitas la extrañaban”, ella me dijo,
-¿Solamente las gomitas?- lo cual hizo que me sonrojara, y le dije: ¡no, yo la extrañé más, mi niña! Me prometió que ya no dejaría de pasar durante un buen tiempo, ya que las clases habían comenzado. El auto arrancó y se fue, y yo, me quedé ahí, sentado en mi silla de ruedas, mirando como volteó para agitar su manita para despedirse por esa tarde.
Mi esperanza, renacía una vez más…

4 comentarios:

Beth dijo...

Beto

¡¡Que historia más bella!, así como la enseñanza que de ella se desprende:

Tenemos que estar atentos a percibir todo aquello que nos sirva de motivación, de acicate, para “removernos”, para superarnos, para no dejar transcurrir nuestros días dejando que la rutina o lo que "nos viene dado” nos venza.

A tí y a todos los amigos del blog, les deseo que esta semana que recien empieza, esté llena de motivaciones.

:)

Beto dijo...

Este cuento está actualmente en una exposición escolar, me lo pidieron como participación para que los alumnos se motivaran a escribir también, el 100% de ellos, lo hicieron, eso me dió el aliciente para seguir en esto de escribir, no sé si bien o mal, pero lo hago con gusto, creo que eso es lo que cuenta, gracias Beth.

CAZADORA dijo...

Muy hermoso su cuento..amigo Beto..lo felicito..Y sin ilusiones ..no podemos seguir..nos dan las fuerzas..el porque..la energia..la ESPERANZA de un hermoso maniana..Gracias.. cuantos son Uds de familia..y que numero eres tu ??? jajajajaa BINGO!!! te pille...jajajjaa que tengas un hermoso dia Beto ..

Anónimo dijo...

Bendiciones por Tan Hermosa Inspiración Realmente Hermosa...
Hace que se Transporte al pasado cuando eramos niños, Y las Ilusiones Más Hermosas que con el Transcurso del Tiempo se Van perdiento... Hermoso...