De todas las palabras dichas en las últimas semanas hay una que, de manera continua, está siendo manoseada, escupida, golpeada, abrazada, besada, coronada y destronada por muchos; me refiero a la palabra DIGNIDAD. La pintan de todos los colores, pero sobre todo en azul y rojo, y adornada con fondo de rosas y gaviotas. Parece ser que muchos, a tenor de los últimos y vergonzantes sucesos, no saben lo que es, aunque se empeñen en hacérnoslo creer. Digamos, siendo benévolos, que lo olvidaron. Que la dejaron colgada en la percha de un viejo trastero, o que al centrifugarla se les encogió, o que cogió la gripe A y se les murió; o que, sencillamente, nadie les dijo lo que era. Bien, vamos a refrescarles la memoria:
Dignidad viene del latín dignus, que quiere decir valioso; calidad de digno. Ser merecedor de respeto. Tras ella se esconde el valor más grande del ser humano: el SER. Perderla es perderse a sí mismo, perder la identidad y el sentido de la valía. Es como quedarse desnudo en medio del desierto, sin posibilidad de cubrirse, pues no existe nada en el mundo que tenga el poderío de restituirla.
¿Será que estos señores, que se nos han quedado desnudos, siguen creyendo que la llevan? ¿Será que la Dignidad, al ver lo que hacían, terminó huyendo despavorida?
Si alguien encuentra una Dignidad deambulando errante sin cuerpo, cuídenla. En estos tiempos de penurias políticas, es un bien que escasea.
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