La relatividad es el airbag mental que nos protege del choque contra los fanatismos. Es aceptar que pueden convivir muchas verdades respecto a unas mismas cosas, porque todo lo que existe evoluciona, exactamente como poco o mucho todos vamos evolucionando frente a cien y un aspectos de nuestra personal e intransferible vida.
La relatividad nos eleva para otear la convivencia desde una dimensión panorámica, amplia y serena. El fanatismo nos encierra en desfiladeros angostos, obligados y sin libertad de miras.
Frente a la opinión de los críticos de piñón fijo, la relatividad es más solvente que la adscripción ciega a preceptos heredados, implantados o incluso exigidos. El chiste en el que una pregunta "¿Cómo está tu marido?" y la otra le responde "¿Comparado con quién?" es una estelar síntesis de lo que es el núcleo de la relatividad. La que responde puede estar enamoradísima de su marido, pero intelectualmente acepta la comparación, lo cual (atentos, fanáticos de desfiladero) significa que, tras una visión abierta y comparativa de su pareja, lo sigue prefiriendo a pesar de todos sus posibles handicaps.
El surtido de nuestras verdades actuales poco tiene que ver con las que tejía la sociedad hace dos generaciones. Y poco van a tener que ver con las que nos seguirán.
El relativismo sustentado desde la comparación honesta es el antídoto contra todo género de fascismo humano, social y dogmático.
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